-Vota, voten, ¡llenen las urnas!- Gritan desde todo un abanico de opciones con discursos variopintos en los días previos a las elecciones.
Los deseosos de tener representados echan el bofe intentando despertar la ilusión, estimulando una revancha, o azuzando el odio como banderín de enganche de la parte social más descreída e ignorante. Entre los deseosos de tener representación también están los más militantes, que en sus discursos son atrevidos e insultantes al resto, creyendo que la sociedad a la que se dirigen es tan avanzada como ellos.
-Vota, voten, ¡llenen las urnas!- Escucha el comerciante que ha de abrir su pequeño comercio cada mañana para ganarse el jornal diario, y la camarera que trabaja cada día una media de diez horas sirviendo cafés en una de las céntricas calles de la ciudad, y la madre dedicada a sus dos hijas que desarrolla su vida entre las cuatro paredes de su casa manteniendo el nido familiar unido y limpio, y el joven trabajador que con un salario mediocre no ve la manera de independizarse aunque le hayan subido el salario mínimo.
Todos ellos hubo un día en el que en sus lugares de trabajo repartían una ilusión y un discurso que les interpelaba. Hubo un día en el que hablaban de ellos y se veían reflejados en sus clientes y compañeros de trabajo o estudios y de manera natural hablaban de política, incluso aquellos que nunca se habían interesado por ella.
Hubo un día en el que había agentes mediáticos que les representaban y un relato unificador que creaba sociedad. Por una vez en mucho tiempo la gente común, la que votaba y la que no, se sentía protagonista porque nadie los insultaba, sino que les empoderaba dándoles una dirección que impugnaba una realidad que les era hostil.
-Vota, voten, ¡llenen las urnas!- Siguen gritando año tras año los mismos actores en una realidad que ha cambiado para esos actores y para los representados, con diferente suerte. Los actores, aquellos que conseguían interpelar a una mayoría social que resultaba sexi en un momento determinado, han resultado siendo percibidos como un desastre y han desaparecido del mapa. Tanto hablar de lo que resulta marginal para la mayoría social, lo ha escorado tanto a la invisibilidad que al final es aquello en lo que se han convertido.
Otros actores han conseguido aglutinar voluntades con un imaginario hostil hacia otras realidades de manera hábil. Personas separadas por cientos de kilómetros de distancia odiándose unas a otras azuzadas por un trapo. El germen estaba ahí, y estos agentes han sido capaces de explotarlo. El trapo, la bandera, la representación de una nación excluyente con los sin patria, con quien siente una patria más chica y cercana a su realidad, pero amantes de la gastronomía, la cultura y la vida popular con mayúsculas.
-Vota, voten, ¡llenen las urnas!- Ha sido más que un grito de esperanza una cacofonía a los oídos de la mayoría de los comunes. Y no, la gente no es idiota, burros, o ignorantes. La gente cuando sintió la posibilidad de romper el tablero de juego y formar parte de su reconstrucción, se comprometió. Simplemente la gente común ha vuelto a su rutina decepcionada por el asombroso espectáculo de la “real politiks”, donde el espectáculo se ha olvidado de ellos y algunos de los agentes representativos han sido más capaces que los demás.
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